Las Ánimas de la Capilla de los Dolores
Hace mucho tiempo grabé un video improvisado de Ella, en el que contaba una historia sobre las ánimas y por qué no se les debe pedir favores. Ella Melando fue una persona muy querida por mis hermanos y por mí; aunque falleció hace algunos años, la recuerdo con mucho cariño.
Mientras revisaba el contenido de mi antiguo blog, encontré aquel video. Lamentablemente, la calidad no era buena y el ruido del auto en el que íbamos hacía difícil entender su relato. Con las herramientas actuales, decidí mejorar el audio y transcribirlo. No me tomó mucho tiempo y, tras hacerlo, convertí su historia en un pequeño relato que quiero compartir aquí, como un homenaje a Ella y una forma de recordarla.
Las Ánimas de la Capilla de los Dolores
En el viejo pueblo de Girón, donde las calles empedradas guardan secretos y las campanas resuenan como susurros del pasado, vivía Joaquín, un hombre bueno, sastre de profesión pero dado a la bebida. Todas las noches, después de largas jornadas en la taberna, regresaba a casa tambaleándose, encomendándose a las ánimas para que lo protegieran en su camino.
—Ánimas benditas, llévenme con bien— murmuraba entre suspiros de aguardiente.
Los vecinos lo conocían bien. Lo veían pasar con su andar torpe, desafiando la oscuridad con un valor prestado por el alcohol. Sin embargo, una noche, las ánimas parecieron escuchar sus ruegos de una manera que jamás habría imaginado.
Había salido de una vieja pieza cerca de la Capilla de los Dolores cuando vio una multitud que avanzaba en la penumbra. Eran figuras sombrías, en silencio, marchando con paso firme por la calle solitaria. Joaquín, sintiéndose menos solo, alzó la voz:
—¡Ah, qué suerte la mía! Hoy no camino solo.
Nadie respondió. Pero, de pronto, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sus pies ya no tocaban el suelo. Algo lo alzaba, lo envolvía en un aire denso y helado. No caía, pero tampoco caminaba. Era como si flotara, como si manos invisibles lo sostuvieran, arrastrándolo en la noche.
Intentó gritar, pero su voz se perdió en el viento. Su cuerpo se balanceaba en el aire, sintiendo una extraña suavidad, como si lo llevaran sobre nubes frías. Avanzó así por dos cuadras hasta que, de repente, fue arrojado al suelo con un golpe seco en la esquina de la capilla.
Las señoras que vivían allí escucharon el estruendo y salieron corriendo. Encontraron a Joaquín tirado en el suelo, pálido y sin fuerzas, pero con los ojos abiertos, aterrorizados.
—¡Está vivo!— exclamó una de ellas al ver su pecho subir y bajar con dificultad.
Lo llevaron adentro y lo cuidaron hasta la mañana siguiente. Al despertar, Joaquín apenas podía hablar. Sentía un frío que no se iba, como si la noche lo hubiera dejado marcado. Al escuchar lo que había pasado, una de las mujeres le dijo con severidad:
—Mijo, a las ánimas se les respeta. No se les pide compañía, ni favores que no les corresponden.
Desde ese día, Joaquín dejó la bebida por un tiempo. Nunca más volvió a caminar de noche solo, y si alguna vez pasó cerca de la Capilla de los Dolores, lo hizo en silencio, con la mirada baja y el corazón temblando.
Sin embargo, algo dentro de él había cambiado. Cada tarde, después del almuerzo, un frío inexplicable lo invadía. Se arropaba con cobijas, tomaba aguapanela caliente, pero nada lograba sacudirle la heladez que se apoderaba de su cuerpo.
Así pasó tres meses. El frío se volvió más intenso, como si la muerte lo abrazara poco a poco. Hasta que una noche, sin hacer ruido, Joaquín se fue.
Algunos dijeron que se había enfermado. Otros, que las ánimas se habían llevado lo que les pertenecía.
Porque en Girón, todos saben que las ánimas pueden ser buenas... pero también pueden pasarse de la mano.
Referencias
Video Original: https://www.youtube.com/watch?v=HuuVddCFYzs